lunes, 3 de noviembre de 2008

Un mundo modelo - Michael Chabon

Voy a decirlo de una vez, para no volver a repetirlo cada vez que reseñe un volumen de relatos: soy un pésimo lector de cuentos. Y con esta afirmación no estoy haciendo ningún juicio de valor sobre este género o formato literario, sino sobre mis propios hábitos de lectura. A diferencia de otros lectores yo empecé con la novela, y allí me quedé. El cuento siempre se me ha hecho insuficiente, falto de espacio y tiempo, claustrofóbico. Claro, hay muchos cuentos que he disfrutado, pero siempre me siento más a mis anchas en una novela, que es como un universo, mientras que el cuento me parece un pequeño cuarto asfixiante.

Sin embargo, en los últimos meses me he visto obligado a desplazarme grandes distancias y he recuperado el pésimo hábito de la lectura en movimiento. Así, hice un descubrimiento sencillo pero sorprendente: el cuento es un formato ideal para leer en un recorrido diario. Y ese descubrimiento lo hice con el volumen que me ocupa en esta reseña: Un mundo modelo, de Michael Chabon.

El libro se divide en dos grandes partes: la primera, que le da nombre al libro, un mundo modelo, está constituida por seis relatos independientes, con diversos temas y personajes. Esta primera parte me ratificó en mi aversión hacia el relato: a pesar de que algunos de ellos me engancharon, y de que noté ciertas características de estilo del autor que constituyen una grata promesa, como la capacidad para captar ciertos matices emotivos de los que está llena la vida cotidiana, pero que son difícilmente expresables, o ciertos temas singulares, en general estos seis cuentos parecían bocetos, o ejercicios de estilo, o pequeños fragmentos desprendidos de alguna novela inconclusa, o anécdotas que tendrían una mejor vida en una conversación de bar o de cóctel.

Las relaciones de pareja fallidas son un tema recurrente en estos relatos, la tensión sexual o las intermitencias del amor en el mundo contemporáneo: una amistad entre dos compañeros de apartamento que se rompe por la aparición de un amor compartido; un estudiante de meteorología que va a plagiar una tesis de doctorado titulada "modelos antárticos de nefeloquinesis inducida" y cuyo mejor amigo es el amante de su director de trabajo de grado; una pareja divorciada que prolonga su patológica relación a través de discusiones que giran en torno a dos colecciones perdidas en los líos de la separación: la de ella, de muñecas Barbie de finales de los cincuenta, la de él, de objetos relacionados con el actor hollywoodense William Powell; un hombre que se casa con una mujer iraní para darle la nacionalidad estadounidense pero que se enamora de ella para su desgracia, pues sólo se topa con su frialdad y con la incomunicación cultural; un jugador de baseball que se ve obligado a asistir al funeral de un antiguo compañero de equipo, más exitoso y talentoso que él, y a consolar a su viuda para que no haga un escándalo en el cementerio; y la más insulsa de todas, la historia de un joven que llega a la fiesta del matrimonio de su prima, cree enamorarse de una mujer mucho mayor que él, y termina besando en la boca a la novia arrepentida.

En general, se trata de ese tipo de cuentos a los que estará acostumbrado el lector contemporáneo: no el cuento esférico, artificioso, efectista, de los primeros "grandes del género", aquel que según los maestros no puede tener piezas sueltas sino que debe funcionar "como un reloj o una burbuja", sino el cuento casual, abierto, fragmentario, cotidiano, que parece una ventana a un instante en la vida común de cualquier existencia. No el cuento a lo Poe, sino el cuento a lo Chéjov, por extender hacia el pasado estas dos tradiciones. O más bien, en la tradición norteamericana, el cuento a lo Sallinger, Carver, Cheever y tantos otros (en la solapa llaman a Chabon "el heredero de Sallinger"). Por mi parte, en lo que a cuento se refiere estas dos modalidades y todas sus variantes intermedias me son igualmente esquivas, tanto en la lectura como en la escritura, y creo que este libro me ayudó a descubrir por qué.

La segunda parte, titulada el mundo perdido está constituida por cinco cuentos protagonizados por un mismo personaje: Nathan Shapiro, a quien vemos transitar de la infancia a la adolescencia a través de una serie de instantes significativos, todos enmarcados en un gran acontecimiento: el divorcio de sus padres. Sobra decir que me sentí mucho más cómodo con esta segunda parte pues, en cierta medida, un conjunto de cuentos interconectados es otra de las formas de la novela contemporánea.

Y aunque cada relato tiene su propia "esfericidad" y puede leerse de forma autónoma, el hecho de que en uno tras otro aparezca Nathan, y se vaya contando cómo enfrentó el divorcio, cómo se fue distanciando poco a poco de su padre y solidarizándose con su madre, cómo se enamoró de una amiga de ella justo en el momento en que empezaba la pubertad y su cuerpo se iba deformando, cómo su hermano Rick terminó viviendo en Boston, con la nueva familia del Doctor Shapiro y cómo mientras tanto su madre pasaba de un novio a otro hasta conocer al geólogo que sería su segundo esposo, esa continuidad, esa cercanía, ese paulatino conocimiento de un conjunto de vidas que se transforman aproxima este segundo conjunto de cuentos a la riqueza de un universo, a una novela.

Por otro lado, es en esta segunda parte donde Chabon despliega con mayor precisión y versatilidad esa capacidad para dar nombre a emociones momentáneas, a instantes fugaces en los que se establece una conexión entre dos personajes a través de una mirada para después romperse, o para sintetizar en una ocurrencia, un hecho minúsculo, un accidente, la complejidad de un espíritu humano. Así, por ejemplo, tras enterarse del divorcio inminente de sus progenitores, Nathan encuentra en la caneca de la habitación la siguiente nota, escrita por su padre:

"RESOLUCIONES: 1) Nunca volveré a alzarles la voz a mis hijos. Ni a amenazarles con el dorso de la mano. 2) No pensaré mal de ningún hombre o mujer, pues posiblemente nadie podría estar motivado por preocupaciones más triviales ni más vanales que las mías. 3) Dejaré de llamar a mi padre y a mi madre por sus nombres, y procuraré recuperar lo que perdí cuando para mí se convirtieron en Milton y Flo. Es decir, querré a mis padres. 4) No presumiré de haber leído libros que no he leído ni me atribuiré predicciones que nunca hice. 5) Dejaré de imbuirle a Nathan un enfermizo amor por los hechos, y no buscaré conocerlos con codicia y ansia de dominio, como he hecho hasta ahora. 6) Seré mejor padre. 7) Escucharé a Bartók todas las mañanas, y a Mozart antes de irme a dormir. 8) Dejaré de lado todas las ambiciones, excepto la que he abrigado desde los 19 años, cuando hice mi primera lista de resoluciones: amar y comprender el arte, los deportes, la ciencia, la literatura y la música, y convertirme, algún día, en un auténtico hombre del Renacimiento. 9) No tiraré esta lista".

Y es en pasajes como este donde uno siente que está ante un gran narrador, en la mejor tradición de ese realismo norteamericano que se expresa no sólo en la literatura sino en el cine independiente, el periodismo, la historieta post-underground e incluso la televisión (a veces, leyendo las tribulaciones de Nathan, me sentía viendo un episodio de "Los años maravillosos"). Pero claro, allí vuelve a colarse mi vicio de lector de novelas. Con Chabon he descubierto, o ratificado, que si no me gusta el cuento es por que no me da el tiempo suficiente para entrar en una existencia -aunque sea de un personaje de ficción-.

Para hacer honor a una de las resoluciones del Doctor Shapiro, confesaré aquí que nunca terminé de leer "Las asombrosas aventuras de Cavalier y Clay", (aunque tengo que hacerlo próximamente). Sin embargo, leí más de la mitad, y puedo afirmar que Chabon es un gran novelista. En cuanto a sus relatos, sólo terminaré diciendo que tengo en lista de espera para este blog el volumen de cuentos titulado Jóvenes hombres lobo, publicado en castellano por Mondadori, y que tras mi experiencia con un mundo modelo, he decidido postergar su lectura. ¿Culpa del género, culpa del autor, culpa de este lector? Saquen sus propias conclusiones.

* * *

Coordenadas: el libro me costó 10.000 pesos en una librería del centro, lo compré este año, es decir, 13 después de que fuera editado en 1995 por Anagrama. Hoy en día circula otra edición en Debolsillo (mondadori). Acá incluyo la imagen escaneada de la carátula de mi edición vieja, que en la red no pude conseguir.