domingo, 12 de febrero de 2017

El curso del corazón, de M. John Harrison


Las relaciones entre literatura y esoterismo pueden encontrar diversas rutas. Entre las menos interesantes están por ejemplo, las novelas de intriga histórica tipo El código Da Vinci, o parodias al estilo de El péndulo de Foucault. Hoy, por casualidad, me encontré la novela Ella, de Rider Haggard, que ofrece otro tipo de relación, más ingenua pero también más auténtica, con tradiciones o creencias esotéricas en la tradición de la novela de aventuras. Hay, por supuesto, las auténticas obras esotéricas en forma narrativa, como las escritas por iniciados en algún culto o tradición. Este tipo de obras ha alcanzado sus cotas más altas en la obra de Gustav Meynrick, aunque también ofrece puntos interesantes de poco valor literario, como las novelas rosacruces de Krumm-Heller. Eso para no incluir los grandes "clásicos" literarios que han tenido lecturas esotéricas por parte de lectores imaginativos, o incluso guías interpretativas de sus propios autores: desde los clásicos grecolatinos hasta la literatura romántica, pasando por la comedia de Dante y otras obras renacentistas que abrevaron directamente del neoplatonismo y otras corrientes subterráneas del cristianismo...

Hace poco descubrí una obra curiosa del tipo novela-esotérica-que-afirma-que-lo-narrado-es-real, una variación más de ese ya casi subgénero que es el hitlerismo esotérico: El misterio de Belicena Villca, de un tal Nimrod del Rosario. Aunque me aburrí por el largo periplo histórico que traza para mostrar la existencia de una guerra mágica heredada desde la época de los atlantes, al principio me cautivó esa especie de fervor del que cree -o quiere hacer creer- que está revelando una verdad profunda, desvelando una vez más el velo de Isis. 

Pues bien, El curso del corazón no pertenece a ninguno de los casos antes enumerados. De hecho se trata de una novela tan auténtica en su aproximación a la magia y el ocultismo, que solo se me ocurren un par de obras con las que compararla: las novelas de John Crowley y su ciclo de Aegipto, y algunas de las historias de Angela Carter, en particular, su novela Noches en el circo. Bueno, ahora me vienen a la mente también las novelas de Mircea Eliade, y descubro que estoy enumerando algunas de mis obras literarias favoritas. En todo caso, aunque las comparaciones ayudan a situar o a categorizar, también nos hacen olvidar las particularidades de una obra, y por eso voy directamente a mis apreciaciones de esta novela que aunque se sintoniza claramente con las obras antes mencionadas, también ofrece una atmósfera y un desarrollo completamente originales.

Catalogada como novela fantástica, en gran medida por su relación abierta y evidente con la magia y el ocultismo -con una tradición en particular, como ya veremos- esta novela se puede leer también en clave realista, y gran parte de su riqueza la comparte con las mejores obras del mainstream basadas en la construcción de personajes complejos y sus relaciones con el medio en el que les tocó vivir y con sus semejantes. La novela de Harrison nos presenta particularmente cuatro personajes, aunque se detiene sobre todo en tres, trazando un triángulo emocional clásico, pero con variaciones inéditas. Estos personajes son el narrador, cuyo nombre no se nos revela; Pam Stuyvesant, la arista femenina del triángulo; y Lucas Medlar, amigo del narrador y quien finalmente se casa con Pam. El cuarto personaje en discordia se llama Yaxley, y es una especie de mago oscuro, que aparece intermitentemente pero que no llega a reunirse sino con el narrador, quien mantiene el contacto con este siniestro personaje.

Antes de pasar a la lectura mágica o esotérica, la lectura realista: El curso del corazón nos narra la relación entre estos tres amigos, las tensiones que los unen y los separan, los encuentros y desencuentros entre ellos. Se conocieron en Cambridge cuando los tres eran estudiantes, y un extraño ritual oficiado por Yaxley termina creando un vínculo imborrable entre ellos, un vínculo para toda la vida. Como ya anticipé, después de un corto noviazgo con el narrador, Pam termina casándose con Lucas, en un matrimonio que nunca llega a funcionar del todo, que falla y cojea desde el comienzo, y que termina en un divorcio inevitable, tras muchos años de ardua convivencia. El narrador se vuelve el amigo distante, que tiene su propia vida pero que está pendiente de ellos, que a veces funge como mediador, consejero o simple "paño de lágrimas", y que incluso llega a tener ciertos acercamientos emocionales con Pam, pero nunca al punto de la infidelidad. El narrador es testigo distante de la fragmentación de ese matrimonio, de su declive e imposibilidad. También es testigo de las manías de cada uno y de la incompatibilidad entre ellas. Sin embargo, también nos narra cómo una mitología compartida, surgida a partir del famoso ritual de Cambridge y nutrida por investigaciones bibliográficas alimentadas sobre todo por Lucas, pero entretejidas con Pam en una compleja teoría de historia alternativa, hace que la relación entre ellos se sostenga y perdure, incluso cuando ya se han divorciado, y sobre todo, cuando Pam cae enferma y es desahuciada. Tras su muerte, el narrador tiene que lidiar con los delirios de Lucas y las extensiones que hace de dicha mitología para mantener viva la presencia de Pam.

Esta versión de la historia es en sí misma completamente válida, y funciona en el registro de cualquier novela contemporánea realista. Harrison construye con detalle los personajes, sus perfiles psicológicos y emocionales, sus imperfecciones y singularidades, y traza la compleja relación de amistad/amor/vínculo inevitable entre estos tres seres de papel que podrían existir con carta de ciudadanía en el mundo real. Incluso las apariciones de Yaxley, asociadas con extraños rituales y escenas turbulentas, son construidas con verosimilitud y sin efectismos.

Pero lo verdaderamente singular de esta novela se puede describir pasando a la lectura mágico-esotérica, o más bien, mostrando que las dos lecturas son inseparables. Como el mejor fantástico, el relato de Harrison logra hacer cotidiana la magia, creíble el horizonte mítico que traza, perceptible la irrupción de lo mágico en el mundo real. Una de las claves de este éxito es la dosificación: la magia solo irrumpe en escasos momentos, apenas los necesarios para hacerlos creíbles, y siempre se asocian con tensiones y rasgos del mundo realista que se representa. De hecho, siempre queda la posibilidad de interpretar estas irrupciones como alucinaciones o ensueños, individuales o compartidos. En este sentido, el narrador funge como garante de que la magia es real, pues es el único que atestigua las apariciones que los otros dos personajes experimentan, e incluso algunas de su propia cosecha. Pero siempre queda la opción de que se trate de un narrador poco confiable, que nos engaña o se engaña a sí mismo.

Ahora, la magia. Siguiendo la misma estrategia del autor, no hablaré mucho de ella. Basta decir, como de hecho ya lo hace la solapa de la siempre agradable edición de editorial Minotauro, que el horizonte esotérico que nos presenta la novela es el del gnosticismo, el cual se materializa en la vida de estos personajes en el ritual mencionado de su juventud, liderado por Yaxley, y que básicamente los pone en contacto momentáneo con el Pleroma, ese concepto gnóstico que define la unidad primordial de todo lo que existe, la plenitud de la cual surgen después todas las cosas. Así, el pleroma se opone al kenoma, el mundo de la existencia mundana en el cual vivimos todos, como en una prisión. Y aunque el contacto con esa realidad plena debería haber derivado en un éxtasis o iluminación, para los personajes de la novela -o al menos para Pam y Lucas- se convierte en una suerte de maldición: el haber jugado con fuerzas que no eran capaces de controlar les dejó a ambos una marca que los acompañaría el resto de su existencia.

Para conjurar dicha marca Pam y Lucas se entregan a su delirio mítico, que se convierte en una suerte de terapia, primero de pareja, y luego de tratamiento de la enfermedad de Pam. La pareja cree descubrir trazos históricos de lo que denominan el Coeur, el Corazón del que nos habla el título de la novela, y que consiste precisamente en el punto de contacto entre esos dos mundos separados por un límite solo aparentemente infranqueable: el mundo de la plenitud del Pleroma, y el mundo de la contingencia y la mortalidad, el kenoma. Pero ese coeur es privilegio de unos pocos iniciados, y en la narración fabulosa que va construyendo Lucas termina convirtiéndose en la genealogía de Pam, última manifestación de esa esposa mística o sacerdotisa del Corazón, que habría de posibilitar el encuentro entre los mundos.

De este modo, hay toda una novela-dentro-de-la novela, pues el narrador descubre los escritos de Lucas donde se consigna toda esa historia alternativa, que se remonta al medioevo y que llega hasta el presente en el que Pam, frágil y moribunda, se transforma en la diosa del corazón.

Así, Harrison articula con maestría el motivo mítico, esotérico e histórico con el motivo sentimental, humano. El coeur es un concepto, un descubrimiento, una posibilidad, pero también es el símbolo de ese amor que nunca llegó a completarse entre esa fallida pareja arquetípica que son Pam y Lucas: ambos imperfectos, frágiles, fracasados cada uno a su manera, incluso incompatibles. Y el pleroma se convierte también en esa especie de plenitud de la juventud, un estado ideal, perfecto y mágico, pero siempre efímero, siempre convertido en recuerdo inalcanzable, indescriptible. 

En este sentido la estrategia narrativa de la postergación no es solo un recurso técnico, sino otra manera de representar aquello que nunca podremos volver a experimentar, aquello que recordamos con el cuerpo y la emoción pero que somos incapaces de verbalizar, de actualizar en su lejana plenitud. Pues aquel ritual, aquella experiencia que vivieron estos cuatro personajes en su época estudiantil, se nos anuncia, se nos menciona, pero su descripción siempre se retrasa, de manera que la novela se convierte en un auténtico texto esotérico en el que si hay una verdad, esta deberá ser descubierta por el lector, convertido en exegeta amateur, que solo llegará a encontrarla si logra alcanzar el estado de gracia que la propia obra propicia pero que no entrega con facilidad.