domingo, 12 de febrero de 2017

El curso del corazón, de M. John Harrison


Las relaciones entre literatura y esoterismo pueden encontrar diversas rutas. Entre las menos interesantes están por ejemplo, las novelas de intriga histórica tipo El código Da Vinci, o parodias al estilo de El péndulo de Foucault. Hoy, por casualidad, me encontré la novela Ella, de Rider Haggard, que ofrece otro tipo de relación, más ingenua pero también más auténtica, con tradiciones o creencias esotéricas en la tradición de la novela de aventuras. Hay, por supuesto, las auténticas obras esotéricas en forma narrativa, como las escritas por iniciados en algún culto o tradición. Este tipo de obras ha alcanzado sus cotas más altas en la obra de Gustav Meynrick, aunque también ofrece puntos interesantes de poco valor literario, como las novelas rosacruces de Krumm-Heller. Eso para no incluir los grandes "clásicos" literarios que han tenido lecturas esotéricas por parte de lectores imaginativos, o incluso guías interpretativas de sus propios autores: desde los clásicos grecolatinos hasta la literatura romántica, pasando por la comedia de Dante y otras obras renacentistas que abrevaron directamente del neoplatonismo y otras corrientes subterráneas del cristianismo...

Hace poco descubrí una obra curiosa del tipo novela-esotérica-que-afirma-que-lo-narrado-es-real, una variación más de ese ya casi subgénero que es el hitlerismo esotérico: El misterio de Belicena Villca, de un tal Nimrod del Rosario. Aunque me aburrí por el largo periplo histórico que traza para mostrar la existencia de una guerra mágica heredada desde la época de los atlantes, al principio me cautivó esa especie de fervor del que cree -o quiere hacer creer- que está revelando una verdad profunda, desvelando una vez más el velo de Isis. 

Pues bien, El curso del corazón no pertenece a ninguno de los casos antes enumerados. De hecho se trata de una novela tan auténtica en su aproximación a la magia y el ocultismo, que solo se me ocurren un par de obras con las que compararla: las novelas de John Crowley y su ciclo de Aegipto, y algunas de las historias de Angela Carter, en particular, su novela Noches en el circo. Bueno, ahora me vienen a la mente también las novelas de Mircea Eliade, y descubro que estoy enumerando algunas de mis obras literarias favoritas. En todo caso, aunque las comparaciones ayudan a situar o a categorizar, también nos hacen olvidar las particularidades de una obra, y por eso voy directamente a mis apreciaciones de esta novela que aunque se sintoniza claramente con las obras antes mencionadas, también ofrece una atmósfera y un desarrollo completamente originales.

Catalogada como novela fantástica, en gran medida por su relación abierta y evidente con la magia y el ocultismo -con una tradición en particular, como ya veremos- esta novela se puede leer también en clave realista, y gran parte de su riqueza la comparte con las mejores obras del mainstream basadas en la construcción de personajes complejos y sus relaciones con el medio en el que les tocó vivir y con sus semejantes. La novela de Harrison nos presenta particularmente cuatro personajes, aunque se detiene sobre todo en tres, trazando un triángulo emocional clásico, pero con variaciones inéditas. Estos personajes son el narrador, cuyo nombre no se nos revela; Pam Stuyvesant, la arista femenina del triángulo; y Lucas Medlar, amigo del narrador y quien finalmente se casa con Pam. El cuarto personaje en discordia se llama Yaxley, y es una especie de mago oscuro, que aparece intermitentemente pero que no llega a reunirse sino con el narrador, quien mantiene el contacto con este siniestro personaje.

Antes de pasar a la lectura mágica o esotérica, la lectura realista: El curso del corazón nos narra la relación entre estos tres amigos, las tensiones que los unen y los separan, los encuentros y desencuentros entre ellos. Se conocieron en Cambridge cuando los tres eran estudiantes, y un extraño ritual oficiado por Yaxley termina creando un vínculo imborrable entre ellos, un vínculo para toda la vida. Como ya anticipé, después de un corto noviazgo con el narrador, Pam termina casándose con Lucas, en un matrimonio que nunca llega a funcionar del todo, que falla y cojea desde el comienzo, y que termina en un divorcio inevitable, tras muchos años de ardua convivencia. El narrador se vuelve el amigo distante, que tiene su propia vida pero que está pendiente de ellos, que a veces funge como mediador, consejero o simple "paño de lágrimas", y que incluso llega a tener ciertos acercamientos emocionales con Pam, pero nunca al punto de la infidelidad. El narrador es testigo distante de la fragmentación de ese matrimonio, de su declive e imposibilidad. También es testigo de las manías de cada uno y de la incompatibilidad entre ellas. Sin embargo, también nos narra cómo una mitología compartida, surgida a partir del famoso ritual de Cambridge y nutrida por investigaciones bibliográficas alimentadas sobre todo por Lucas, pero entretejidas con Pam en una compleja teoría de historia alternativa, hace que la relación entre ellos se sostenga y perdure, incluso cuando ya se han divorciado, y sobre todo, cuando Pam cae enferma y es desahuciada. Tras su muerte, el narrador tiene que lidiar con los delirios de Lucas y las extensiones que hace de dicha mitología para mantener viva la presencia de Pam.

Esta versión de la historia es en sí misma completamente válida, y funciona en el registro de cualquier novela contemporánea realista. Harrison construye con detalle los personajes, sus perfiles psicológicos y emocionales, sus imperfecciones y singularidades, y traza la compleja relación de amistad/amor/vínculo inevitable entre estos tres seres de papel que podrían existir con carta de ciudadanía en el mundo real. Incluso las apariciones de Yaxley, asociadas con extraños rituales y escenas turbulentas, son construidas con verosimilitud y sin efectismos.

Pero lo verdaderamente singular de esta novela se puede describir pasando a la lectura mágico-esotérica, o más bien, mostrando que las dos lecturas son inseparables. Como el mejor fantástico, el relato de Harrison logra hacer cotidiana la magia, creíble el horizonte mítico que traza, perceptible la irrupción de lo mágico en el mundo real. Una de las claves de este éxito es la dosificación: la magia solo irrumpe en escasos momentos, apenas los necesarios para hacerlos creíbles, y siempre se asocian con tensiones y rasgos del mundo realista que se representa. De hecho, siempre queda la posibilidad de interpretar estas irrupciones como alucinaciones o ensueños, individuales o compartidos. En este sentido, el narrador funge como garante de que la magia es real, pues es el único que atestigua las apariciones que los otros dos personajes experimentan, e incluso algunas de su propia cosecha. Pero siempre queda la opción de que se trate de un narrador poco confiable, que nos engaña o se engaña a sí mismo.

Ahora, la magia. Siguiendo la misma estrategia del autor, no hablaré mucho de ella. Basta decir, como de hecho ya lo hace la solapa de la siempre agradable edición de editorial Minotauro, que el horizonte esotérico que nos presenta la novela es el del gnosticismo, el cual se materializa en la vida de estos personajes en el ritual mencionado de su juventud, liderado por Yaxley, y que básicamente los pone en contacto momentáneo con el Pleroma, ese concepto gnóstico que define la unidad primordial de todo lo que existe, la plenitud de la cual surgen después todas las cosas. Así, el pleroma se opone al kenoma, el mundo de la existencia mundana en el cual vivimos todos, como en una prisión. Y aunque el contacto con esa realidad plena debería haber derivado en un éxtasis o iluminación, para los personajes de la novela -o al menos para Pam y Lucas- se convierte en una suerte de maldición: el haber jugado con fuerzas que no eran capaces de controlar les dejó a ambos una marca que los acompañaría el resto de su existencia.

Para conjurar dicha marca Pam y Lucas se entregan a su delirio mítico, que se convierte en una suerte de terapia, primero de pareja, y luego de tratamiento de la enfermedad de Pam. La pareja cree descubrir trazos históricos de lo que denominan el Coeur, el Corazón del que nos habla el título de la novela, y que consiste precisamente en el punto de contacto entre esos dos mundos separados por un límite solo aparentemente infranqueable: el mundo de la plenitud del Pleroma, y el mundo de la contingencia y la mortalidad, el kenoma. Pero ese coeur es privilegio de unos pocos iniciados, y en la narración fabulosa que va construyendo Lucas termina convirtiéndose en la genealogía de Pam, última manifestación de esa esposa mística o sacerdotisa del Corazón, que habría de posibilitar el encuentro entre los mundos.

De este modo, hay toda una novela-dentro-de-la novela, pues el narrador descubre los escritos de Lucas donde se consigna toda esa historia alternativa, que se remonta al medioevo y que llega hasta el presente en el que Pam, frágil y moribunda, se transforma en la diosa del corazón.

Así, Harrison articula con maestría el motivo mítico, esotérico e histórico con el motivo sentimental, humano. El coeur es un concepto, un descubrimiento, una posibilidad, pero también es el símbolo de ese amor que nunca llegó a completarse entre esa fallida pareja arquetípica que son Pam y Lucas: ambos imperfectos, frágiles, fracasados cada uno a su manera, incluso incompatibles. Y el pleroma se convierte también en esa especie de plenitud de la juventud, un estado ideal, perfecto y mágico, pero siempre efímero, siempre convertido en recuerdo inalcanzable, indescriptible. 

En este sentido la estrategia narrativa de la postergación no es solo un recurso técnico, sino otra manera de representar aquello que nunca podremos volver a experimentar, aquello que recordamos con el cuerpo y la emoción pero que somos incapaces de verbalizar, de actualizar en su lejana plenitud. Pues aquel ritual, aquella experiencia que vivieron estos cuatro personajes en su época estudiantil, se nos anuncia, se nos menciona, pero su descripción siempre se retrasa, de manera que la novela se convierte en un auténtico texto esotérico en el que si hay una verdad, esta deberá ser descubierta por el lector, convertido en exegeta amateur, que solo llegará a encontrarla si logra alcanzar el estado de gracia que la propia obra propicia pero que no entrega con facilidad. 

lunes, 3 de noviembre de 2008

Un mundo modelo - Michael Chabon

Voy a decirlo de una vez, para no volver a repetirlo cada vez que reseñe un volumen de relatos: soy un pésimo lector de cuentos. Y con esta afirmación no estoy haciendo ningún juicio de valor sobre este género o formato literario, sino sobre mis propios hábitos de lectura. A diferencia de otros lectores yo empecé con la novela, y allí me quedé. El cuento siempre se me ha hecho insuficiente, falto de espacio y tiempo, claustrofóbico. Claro, hay muchos cuentos que he disfrutado, pero siempre me siento más a mis anchas en una novela, que es como un universo, mientras que el cuento me parece un pequeño cuarto asfixiante.

Sin embargo, en los últimos meses me he visto obligado a desplazarme grandes distancias y he recuperado el pésimo hábito de la lectura en movimiento. Así, hice un descubrimiento sencillo pero sorprendente: el cuento es un formato ideal para leer en un recorrido diario. Y ese descubrimiento lo hice con el volumen que me ocupa en esta reseña: Un mundo modelo, de Michael Chabon.

El libro se divide en dos grandes partes: la primera, que le da nombre al libro, un mundo modelo, está constituida por seis relatos independientes, con diversos temas y personajes. Esta primera parte me ratificó en mi aversión hacia el relato: a pesar de que algunos de ellos me engancharon, y de que noté ciertas características de estilo del autor que constituyen una grata promesa, como la capacidad para captar ciertos matices emotivos de los que está llena la vida cotidiana, pero que son difícilmente expresables, o ciertos temas singulares, en general estos seis cuentos parecían bocetos, o ejercicios de estilo, o pequeños fragmentos desprendidos de alguna novela inconclusa, o anécdotas que tendrían una mejor vida en una conversación de bar o de cóctel.

Las relaciones de pareja fallidas son un tema recurrente en estos relatos, la tensión sexual o las intermitencias del amor en el mundo contemporáneo: una amistad entre dos compañeros de apartamento que se rompe por la aparición de un amor compartido; un estudiante de meteorología que va a plagiar una tesis de doctorado titulada "modelos antárticos de nefeloquinesis inducida" y cuyo mejor amigo es el amante de su director de trabajo de grado; una pareja divorciada que prolonga su patológica relación a través de discusiones que giran en torno a dos colecciones perdidas en los líos de la separación: la de ella, de muñecas Barbie de finales de los cincuenta, la de él, de objetos relacionados con el actor hollywoodense William Powell; un hombre que se casa con una mujer iraní para darle la nacionalidad estadounidense pero que se enamora de ella para su desgracia, pues sólo se topa con su frialdad y con la incomunicación cultural; un jugador de baseball que se ve obligado a asistir al funeral de un antiguo compañero de equipo, más exitoso y talentoso que él, y a consolar a su viuda para que no haga un escándalo en el cementerio; y la más insulsa de todas, la historia de un joven que llega a la fiesta del matrimonio de su prima, cree enamorarse de una mujer mucho mayor que él, y termina besando en la boca a la novia arrepentida.

En general, se trata de ese tipo de cuentos a los que estará acostumbrado el lector contemporáneo: no el cuento esférico, artificioso, efectista, de los primeros "grandes del género", aquel que según los maestros no puede tener piezas sueltas sino que debe funcionar "como un reloj o una burbuja", sino el cuento casual, abierto, fragmentario, cotidiano, que parece una ventana a un instante en la vida común de cualquier existencia. No el cuento a lo Poe, sino el cuento a lo Chéjov, por extender hacia el pasado estas dos tradiciones. O más bien, en la tradición norteamericana, el cuento a lo Sallinger, Carver, Cheever y tantos otros (en la solapa llaman a Chabon "el heredero de Sallinger"). Por mi parte, en lo que a cuento se refiere estas dos modalidades y todas sus variantes intermedias me son igualmente esquivas, tanto en la lectura como en la escritura, y creo que este libro me ayudó a descubrir por qué.

La segunda parte, titulada el mundo perdido está constituida por cinco cuentos protagonizados por un mismo personaje: Nathan Shapiro, a quien vemos transitar de la infancia a la adolescencia a través de una serie de instantes significativos, todos enmarcados en un gran acontecimiento: el divorcio de sus padres. Sobra decir que me sentí mucho más cómodo con esta segunda parte pues, en cierta medida, un conjunto de cuentos interconectados es otra de las formas de la novela contemporánea.

Y aunque cada relato tiene su propia "esfericidad" y puede leerse de forma autónoma, el hecho de que en uno tras otro aparezca Nathan, y se vaya contando cómo enfrentó el divorcio, cómo se fue distanciando poco a poco de su padre y solidarizándose con su madre, cómo se enamoró de una amiga de ella justo en el momento en que empezaba la pubertad y su cuerpo se iba deformando, cómo su hermano Rick terminó viviendo en Boston, con la nueva familia del Doctor Shapiro y cómo mientras tanto su madre pasaba de un novio a otro hasta conocer al geólogo que sería su segundo esposo, esa continuidad, esa cercanía, ese paulatino conocimiento de un conjunto de vidas que se transforman aproxima este segundo conjunto de cuentos a la riqueza de un universo, a una novela.

Por otro lado, es en esta segunda parte donde Chabon despliega con mayor precisión y versatilidad esa capacidad para dar nombre a emociones momentáneas, a instantes fugaces en los que se establece una conexión entre dos personajes a través de una mirada para después romperse, o para sintetizar en una ocurrencia, un hecho minúsculo, un accidente, la complejidad de un espíritu humano. Así, por ejemplo, tras enterarse del divorcio inminente de sus progenitores, Nathan encuentra en la caneca de la habitación la siguiente nota, escrita por su padre:

"RESOLUCIONES: 1) Nunca volveré a alzarles la voz a mis hijos. Ni a amenazarles con el dorso de la mano. 2) No pensaré mal de ningún hombre o mujer, pues posiblemente nadie podría estar motivado por preocupaciones más triviales ni más vanales que las mías. 3) Dejaré de llamar a mi padre y a mi madre por sus nombres, y procuraré recuperar lo que perdí cuando para mí se convirtieron en Milton y Flo. Es decir, querré a mis padres. 4) No presumiré de haber leído libros que no he leído ni me atribuiré predicciones que nunca hice. 5) Dejaré de imbuirle a Nathan un enfermizo amor por los hechos, y no buscaré conocerlos con codicia y ansia de dominio, como he hecho hasta ahora. 6) Seré mejor padre. 7) Escucharé a Bartók todas las mañanas, y a Mozart antes de irme a dormir. 8) Dejaré de lado todas las ambiciones, excepto la que he abrigado desde los 19 años, cuando hice mi primera lista de resoluciones: amar y comprender el arte, los deportes, la ciencia, la literatura y la música, y convertirme, algún día, en un auténtico hombre del Renacimiento. 9) No tiraré esta lista".

Y es en pasajes como este donde uno siente que está ante un gran narrador, en la mejor tradición de ese realismo norteamericano que se expresa no sólo en la literatura sino en el cine independiente, el periodismo, la historieta post-underground e incluso la televisión (a veces, leyendo las tribulaciones de Nathan, me sentía viendo un episodio de "Los años maravillosos"). Pero claro, allí vuelve a colarse mi vicio de lector de novelas. Con Chabon he descubierto, o ratificado, que si no me gusta el cuento es por que no me da el tiempo suficiente para entrar en una existencia -aunque sea de un personaje de ficción-.

Para hacer honor a una de las resoluciones del Doctor Shapiro, confesaré aquí que nunca terminé de leer "Las asombrosas aventuras de Cavalier y Clay", (aunque tengo que hacerlo próximamente). Sin embargo, leí más de la mitad, y puedo afirmar que Chabon es un gran novelista. En cuanto a sus relatos, sólo terminaré diciendo que tengo en lista de espera para este blog el volumen de cuentos titulado Jóvenes hombres lobo, publicado en castellano por Mondadori, y que tras mi experiencia con un mundo modelo, he decidido postergar su lectura. ¿Culpa del género, culpa del autor, culpa de este lector? Saquen sus propias conclusiones.

* * *

Coordenadas: el libro me costó 10.000 pesos en una librería del centro, lo compré este año, es decir, 13 después de que fuera editado en 1995 por Anagrama. Hoy en día circula otra edición en Debolsillo (mondadori). Acá incluyo la imagen escaneada de la carátula de mi edición vieja, que en la red no pude conseguir.

jueves, 9 de octubre de 2008

Wicked - Gregory Maguire


“La verdad sobre el mal no es nada de lo que se ha dicho aquí –dijo la bruja desde la puerta–. Ustedes imaginan un solo lado del mal, el lado humano, pero el lado eterno queda en la sombra. O a la inversa. Es como el viejo dicho: ¿Cómo es un dragón dentro de su cascarón? Nadie puede saberlo, porque en cuanto rompes el cascarón para mirar, el dragón ya no está dentro de él. El verdadero desastre de esta indagación es que la naturaleza misma del mal es ser secreto”.

Wicked – Gregory Maguire

Una de las primeras pesadillas que recuerdo tiene como protagonista a la malvada bruja del Oeste, de El mago de Oz, en la versión de 1939. Yo tendría unos seis u ocho años, no podría decirlo con precisión, pero la imagen de la bruja con cara verde, nariz aguileña, botines, capa y sombrero negros, montada sobre una escoba y planeando sobre un cielo oscuro, me venía atormentando desde que vi la película, y en aquel sueño terrorífico no había una, sino muchas, como una bandada de aves oscuras revoloteando en el cielo, acechando un fortín de madera de palos de paletas en el que yo me refugiaba, hasta que otra figura de ficción televisiva llegaba a mi rescate: el Llanero Solitario.

Sin embargo, hubo un detalle que el bueno de L. Frank Baum tuvo la deferencia de incluir en su fantasía para niños: librarse de una bruja como ésta era realmente fácil, el arma letal estaba al alcance de cualquiera: rociándole agua la bruja se derretía como una figura de caramelo. Basta crecer un poco para pensar que se trata de un talón de Aquiles bastante grave para un villano y un absurdo que se le excusa a una novela para niños de 1900, pero no a un director de cine del nuevo milenio (Para saber cómo tirarse una buena película con un pésimo final, ver “Señales”, de M. Night Shya-malan). Pero claro, cuando un niño pierde en inocencia y gana en suspicacia, empieza a cuestionarlo todo: un espantapájaros, un hombre de hojalata, un león de peluche con cara de actor fracasado y una niña de casi treinta años con trenzas y falda de cuadros se vuelven ridículos, y un set de cartón lleno de enanos, acaso pintoresco.

Además de los micos voladores, definitivamente la malvada bruja del oeste es una de las imágenes que la película de Victor Fleming dejó impregnada en la retina de varias generaciones, encarnada por Margareth Hamilton, quien también interpretó a la malvada bruja del este. Y el color verde de su piel, sobre saturado por el novedoso technicolor, se convirtió en la tonalidad de la maldad preternatural que invadió muchas de mis pesadillas, así como las de quién sabe cuentos miles de niños más. Sin embargo, de este tétrico personaje apenas sabemos que es malvado -arquetípico, inexplicablemente malvado-, uno de tantos villanos sin origen y sin motivación, encarnaciones puras de la malignidad que abundan en los relatos infantiles. Pues bien, en este caso, alguien se tomó la tarea de recrear la biografía de la Malvada bruja del oeste, y el resultado es Wicked, una novela denominada por sus editores en castellano, “el referente de la fantasía para adultos”.

Este fue el gancho que, en principio, llamó mi atención cuando vi la novela en una librería, al precio estándar en el que todavía se consigue: 39.000 pesos. Claro, la otra puntada fue el comentario de John Updike en la contracarátula: “una novela increíble”. Típico, y sin embargo, efectivo. Tuve que emplear todo el poder del consumidor Zen, que aguarda rezagado hasta que el título desciende en la escala de precios y llega a la calle. Casi un año después, encontré la novela a $10.000, en una feria del libro en frente de la plazoleta del Rosario. Estuve tentado de esperar un poco más, a ver si caía a $5.000, pero no me aguanté. Bueno, aquí está: entra dentro del criterio, a cinco o a diez.

La maldad de Elphaba (alias Fabala, alias Elphie, alias La malvada bruja del Oeste) es, según Gregory Maguire, el autor de esta novela, la temática de Wicked. ¿Es realmente mala Elphaba? O aún mejor: ¿es verdaderamente una bruja? En este aspecto, parece menos apropiado el subtítulo de la versión en español –Memorias de una bruja mala– que el original en inglés: the life and time of the wicked witch of the west. No sólo porque unas memorias tendrían que estar redactadas en primera persona, y aquí tenemos una clásica narración omnisciente en tercera persona, sino porque la maldad de Elphaba, como afirma uno de sus personajes, es relativa:

“Seguramente recordaréis un puñado de cuentos infantiles que empiezan: «Una vez, en medio de un bosque, vivía una bruja muy vieja…», o «Un día, el demonio salió a caminar y se encontró con un niño…» –replicó Oatsie, demostrando que además de agallas tenía cierta cultura–. A los pobres no les hace falta ningún cuento que les explique de dónde ha salido el mal. Simplemente existe, siempre ha existido. Nunca se sabe cómo se volvió mala la bruja, ni si fue correcta su decisión. ¿Es alguna vez la decisión correcta? ¿Intenta alguna vez el demonio volver a ser bueno? Y si lo hace, ¿no es un demonio? Como mínimo, es cuestión de definiciones”.

En realidad, la novela nos presenta a una mujer cuya única característica sobrenatural es, en un principio, la tonalidad de su piel. Y el hecho de que la novela esté narrada, en un estilo indirecto , desde la perspectiva de Elphaba, hace que sea muy difícil que la consideremos la villana de la historia. Por el contrario, Maguire la convierte en la heroína, o al menos en una anti-heroína con todas las características de este tipo de personajes en la ficción contemporánea. Así, seguimos la curiosa biografía de esta niña de piel verde, hija de un sacerdote fanático y retrógrado de una religión conservadora que caricaturiza a las iglesias protestantes norteamericanas, el hermano Frexspar, y de Melena, una mujer atractiva y libidinosa, de origen aristocrático, quien al parecer fue embriagada por una entidad mágica para sostener un encuentro furtivo en el que fue concebida Elphaba (de modo que Frex no es más que un padre putativo).

Luego, la vemos ingresar a Crage Hall, colegio perteneciente a la universidad de Shiz –que en algún momento recuerda al Hogwarts de Harry Potter– donde empieza a perfilarse como toda una Geek, ávida lectora, retraída y asocial, pero llena de ideas revolucionarias y de inquietudes intelectuales. En esta institución, se aprende, entre otras cosas, el oficio de las artes mágicas, pero éste es el que menos le interesa a Elphaba. Allí entra en contacto con las revolucionarias teorías del doctor Dillamond, un profesor que, además de ser una cabra, era el investigador más avanzado en las ciencias de la vida. También conoce a Galinda (Glinda), quien después se convertirá en otra de las brujas del universo Oz, junto con la mutiliada hermana de Elphaba, Nessarose, y a los demás protagonistas de la historia. También se enfrenta por primera vez a la señora Morrible, su antagonista en esta etapa de la historia, y quien creará un círculo conspirador que, a pesar de Elphaba, dará lugar a la camarilla de brujas.

Más adelante, cuando trata de escapar al destino de hechicera, vemos a una Elphaba convertida en guerrillera urbana, combatiendo desde la clandestinidad el régimen del mago de Oz, descrito aquí como un astuto dictador omnipresente, en la Ciudad Esmeralda, donde se reencuentra con Fiyero, antiguo condiscípulo de Crage Hall, príncipe de los Arjikis, ahora casado y con quien sostiene una intensa y corta relación amorosa que termina en tragedia. En seguida se convierte en monja de reclusión, tratando de expiar sus culpas, y luego, tras diversos acontecimientos, se convierte finalmente y casi contra su voluntad, como investida por un sino trágico, en la bruja malvada del oeste. En realidad, es poca la magia que manifiesta Elphaba a lo largo del relato. Por el contrario, Maguire la muestra más como una científica renegada, con ideas políticas radicales, dispuesta a enfrentar la dictadura de Oz hasta las últimas consecuencias. El autor logra incluso dotarla de cierta sensualidad, al menos en el corto capítulo de su encuentro con Fiyero, atractivo aumentado por su espíritu combativo.

El mundo de Oz de Gregory Maguire tiene poco de maravilloso, y mucho de alegoría política: se trata de un estado absolutista y cruel instaurado por el omnipotente Mago, y que se vale de todas las bajezas, conspiraciones y contra-conspiraciones de cualquier dictadura moderna para legitimarse. El Mago trae la modernidad a este universo encantado, construye carreteras y trata extirpar el antiguo politeísmo de Oz, respaldándose en un culto monoteísta que persigue y extermina a toda creencia diferente. En este contexto, los Animales (escrito con mayúscula) como el doctor Dillamond, son casi una herejía viviente, pues no sólo hablan y piensan, sino que tienen alma. Por eso, la dictadura hará todo lo posible por exterminarlos o reconvertirlos en bestias inofensivas. La persecución y crueldad contra ellos igualará las más cruentas gestas raciales de nuestro mundo.

El gran logro de la novela, además de la riqueza y complejidad de todos los personajes, está en la capacidad de Maguire para convertir el mundo de Oz, con su geografía y sus razas de fantasía (los Munchkins, Winkis, Quadlings y demás razas y regiones), en un universo verosímil y coherente, con problemas económicos y políticos, con ciencia y religión en conflicto, y toda una cosmovisión que se matiza y despliega como una teología. Me atrevería a decir que si en ciencia ficción se diferencia la “hard – SciFi” de la “soft”, con Wicked estaríamos presenciando un magnífico ejemplo de “hard – fantasy”, una novela fantástica que sin renunciar a los componentes mágicos y sobrenaturales del género, es capaz de dibujar un mundo sociológica, antropológica y políticamente creíble, una conflictiva tierra de Oz que nos devuelve, como en un espejo trucado, una imagen crítica de nuestro mundo de pesadilla.

Maguire ha seguido esta veta descubierta en Wicked con otras novelas que toman como punto de partida a los cuentos de hadas para convertirlos en novelas modernas, políticamente incorrectas: Mirror, mirror (espejito, espejito, dirían nuestras abuelas), en la que revisita la historia de Blanca Nieves ubicándola en la corte de los Borgia; Confessions of an Ugly Stepsister, versión de Cenicienta contada desde el punto de vista de una de sus hermanastras; Lost, una historia victoriana de fantasmas con referencias a Charles Dickens y a Jack el destripador; y dos libros ambientados también en el universo de Oz: Son of a Witch que, según anuncia editorial Planeta en la solapa, será traducida al español, la cual cuenta las aventuras del hijo de Elphaba, Liir, que ya aparece en esta primera entrega, y A Lion Among Men, que cuenta la historia del león cobarde de Oz. Esperemos que las ventas de Wicked no hayan sido tan malas en el mundo hispanohablante, para aumentar las probabilidades de traducción de esta saga de metaficciones que, seguramente, nutrirá nuestro universo con los sueños más nefastos: aquellos que más se parecen a nuestra realidad.

P.D. Hay un musical de Broadway sobre este libro, incluso más famoso que la novela. Pero no me interesan los musicales.

sábado, 4 de octubre de 2008

Presentación

El mercado de los libros en Colombia es extraño. En una librería uno puede encontrar un título a un precio exorbitante (considero exorbitante un libro que cueste más de $50.000.oo. Para otros la cifra de escándalo puede ser inferior o superior) y, días después, hallar el mismo libro a $5.000.oo -un cero menos- en otra librería. Claro, existen políticas y acuerdos entre librerías y libreros en cuanto a los precios estándar de las publicaciones, pero estas políticas funcionan para las librerías "oficiales", reconocidas y que operan con toda legalidad. Pero existe también todo un mercado paralelo, que no me atrevería a calificar de "negro", para no confundirlo con el mercado de los libros piratas, pero que sí funciona según unas coordenadas mucho más abiertas y azarosas. Librerías con local, que alternan la venta de libros con la de CDs, DVDs y revistas, todo original, pero de dudosa procedencia.

Como lector y "consumidor de libros" (que no es lo mismo), soy un visitante asiduo de esas librerías, la mayoría de ellas ubicadas en el centro de Bogotá. He de decir que no compro libros piratas, nunca lo he hecho y creo que nunca lo haré (me refiero a la piratería "en papel". La piratería digital es otra cosa). Pero para la adquisición de libros originales, a bajo costo y de editoriales reconocidas, no tengo mayores escrúpulos. No sé ni quiero saber de dónde provienen estos saldos y promociones. Sólo sé que he encontrado auténticas joyas, pero también que he hecho muchas compras compulsivas, alentado más por el precio (a veces ridículamente barato) de los títulos.

En general, los dos precios estándar en estas librerías son de $5.000 y $10.000, para libros de editoriales como Mondadori, Anagrama, Minotauro, Planeta, Túsquets, etc. En un país como éste, en el que gracias a las magistrales políticas económicas los libros y otros dispositivos culturales se han convertido en Objetos de Lujo sobrecargados de aranceles, estas librerías que parecen bodegas y donde no hay mayores criterios de clasificación o presentación de las publicaciones, se convierten en verdaderas minas de oro.

Así pues, mi colección de libros ha ido en aumento y es envidia de muchos que no tienen acceso a estas librerías. Desafortunadamente, buena parte de mis adquisiciones permanencen en las estanterías de mi biblioteca, pues a veces el "consumidor" supera en ímpetu al Lector. Este blog, es en principio, un pretexto para superar esa brecha. Quiero dedicarme a leer y reseñar muchos de esos libros a los que, por clasificarse en el rubro "lectura de ocio o entretenimiento", no les he dedicado el tiempo que se merecen, incluso cuando la valoración posterior a la lectura sea negativa. Cada libro es valioso sólo por el hecho de existir, porque, como diría Ponge (véase mi otro blog: Taxos y marginalia) cada libro es un objeto literario que tiene la capacidad de "(objetarse, plantearse objetivamente) con constancia al espíritu de las generaciones".

En este blog, entonces, me dedicaré a reseñar algunas de esas obras, con un único criterio, además de mi capricho: que su precio esté en ese rango estándar de $5.000 y $10.000. Algunos lectores -si es que llega a haber alguno- se sorprenderán al encontrar ciertos títulos que habrán sido adquiridos a precios muy superiores. Espero que esto no sea motivo de envidia. Téngase en cuenta que yo también compro libros en las librerías oficiales, y que más de una vez me he lamentado por mi falta de paciencia, al encontrar un título por el que había pagado la cifra exorbitante ya mencionada, para luego encontrarlo a menos del diez por ciento de su precio oficial.

En fin, lectores hipotéticos: sean bienvenidos a este espacio. Disfrútenlo. Padézcanlo. Coméntenlo. Discútanlo.

Seamos lectores.

EL EDITOR